En
Madrid acabamos de dar sepultura a tres teatros: Arenal, Arlequín y Garaje
Lumière. No es un caso extraño: cierran pequeñas discográficas, editoriales y
distribuidoras literarias, cines… Habrá quien diga, con aires liberales, que la
vida es dura y que ya avisó Darwin que sobreviven las especies que se adaptan al
medio, pero los mismos que lo afirman se contradicen cuando hacen leyes que
favorecen a las grandes superficies comerciales en detrimento del pequeño
comercio, han salvado con dinero público a la banca de su nefasta gestión y van
a hacerle un aeropuerto que cuesta 230 millones de euros a un tipo de dudosa
honestidad que va a construir –parece- un casino en Madrid. (Incluso le van a
cambiar la Ley para que sus usuarios si puedan fumar en espacio público, a
diferencia del resto de los ciudadanos). No es, por lo tanto, un problema de
supervivencia, sino de modelo de sociedad, un problema político.
Revisando datos, parece
ser que en 1965, en Madrid, en plena dictadura, había 21 teatros abiertos. En la
actualidad hay 22 teatros y 10 salas alternativas asociadas (mínimo con 2 años
de programación continuada). Dado que la capacidad de las salas alternativas es
muy pequeña, podemos ver que no se ha avanzado mucho con respecto a aquellos
ominosos años. Y que empezamos a retroceder.
Como es lógico, el
problema de estos teatros no es directamente achacable al Estado, porque han
influido diversos factores, pero sí es un síntoma del modelo de sociedad por el
que han apostado la mayoría de los españoles. Por ahora, el Gran Teatro del
Liceu ha presentado un ERE para poder sobrevivir. No es un problema de Madrid,
ni exclusivo de las empresas teatrales, sino de toda España y del modelo de
sociedad.
Afirma Alejandro Colubi, Presidente de la
Asociación de Empresarios de Locales de Teatro, que estos cierres no serán los
últimos de la temporada, calcula al menos cinco cierres más. Resulta creíble,
para la cultura no hay ayudas, se le sube el IVA, a la industria teatral nunca
se la ha logrado incluir en los sistemas educativos, y a las empresas culturales
no se les permite tener deudas millonarias. ¿Cómo se puede vivir en un Estado
que permite a sus clubes de fútbol y a sus SAD tener una deuda de 3.600 millones
de euros -752 de ellos a Hacienda y 16,6 millones a la Seguridad Social- y no
tiene ni dinero ni planes para la cultura, en este caso para la industria del
Teatro?
Según
Alejandro Colubi,
de
cada 25 euros del precio medio de la entrada, 10 se van en impuestos y en pagos
ajenos al teatro. ¿Hay alguna razón para que sean quienes menos tienen quienes
más aporten al Estado? ¿Revisamos los pagos de IRPF de las grandes fortunas del
país para ver quién mantiene el Estado? Sería curioso constatar que paga muchos
más impuestos un productor teatral que Google, las casas de apuestas deportivas
en Internet, o un señor que manda coser en condiciones de esclavitud a mujeres y
niños del tercer mundo.
La comparativa del IVA que paga el teatro español con respecto a diversos países
civilizados es demoledora: España 21 por ciento, un cero por ciento en Rusia,
entre el 2 y 3 por ciento en Suiza, Francia y Luxemburgo, y entre el 6 y el 9
por ciento en Holanda, Suecia, Bélgica, Alemania, Turquía, Finlandia, Grecia e
Irlanda.
Parece que los ciudadanos no vamos a despertar hasta que no tengamos teatros ni
cines a los que ir ni libros que leer. Pero todo se habrá hecho con respeto a
las leyes del mercado que es –muy mayoritariamente- lo que los españoles
quieren, o así lo manifiestan en las urnas.