Por su interés -no siempre un crítico tiene tanta lucidez a la hora de interpretar una obra de teatro y capacidad para adelantar lo que será un exitazo- reproducimos el acertado texto de Liz Perales en El Cultural de El Mundo sobre La semana Cultural, la novedad de José Luis Alonso de Santos en Ediciones Irreverentes.
El pasado lunes un grupo de actores leyó
en Madrid, en Casa del Libro, La semana cultural, una de las últimas obras de José
Luis Alonso de Santos que acaba de editar Ediciones Irreverentes y que
todavía no se ha estrenado. La obra es un juguete cómico muy efectivo y en ella
se dicen cosas que, creo, comparte mucha gente. Mi olfato me dice que esta
comedia sobre políticos que para medrar personal y políticamente usan la
cultura -entendida como la religión del Estado actual que la llama Fumaroli- va
a funcionar.
Alonso
de Santos conoce muy bien el teatro español, y en especial el Barroco, y esta
obra tiene numerosas referencias clásicas. Una de ellas recuerda El retablo de
las maravillas de Cervantes, porque aquí también hay un juego de apariencias en
torno al valor que damos en nuestros día a “parecer culto” . Como señaló el
propio autor, poco después de la lectura, “parecer culto se ha convertido hoy
en algo parecido a lo que uno imagina que llegó a ser la limpieza de sangre
entre los cristianos del siglo XV”.
Sí, creo que lo que hace singular a la
comedia es su argumento, nunca había visto este asunto tratado en escena: la
cultura que paga y promociona el poder político para su autobombo. Una cultura
invasiva que, en palabras del único personaje que el autor salva de esta obra,
el ordenanza Saturnino, en línea con los personajes clásicos de nuestro teatro
y que viene a representar la sabiduría popular, “es un invento del gobierno
para sacarle a uno los dineros y la señora, a ser posible”. Por el contrario,
el autor no se anda con remilgos en el retrato despiadado que hace de los
políticos, a los que sí se cuida muy mucho de identificar con partido alguno.
Los pinta a brochazos:
ridículos, ignorantes pero, sobre todo, inmorales, seres
guiados únicamente por su interés personal y por medrar en su partido. De este
retrato tampoco se salvan los periodistas, oportunistas, falsos y serviles. La
historia se sitúa en un pueblecito castellano. Su alcalde y su concejal de
Cultura encuentran en la organización de una Semana Cultural una oportunidad
única para escalar en las listas de su partido. Ayudados por Adela, la
eficiente jefa de prensa, no tendrán inconveniente en sustituir los
tradicionales discursos y exposiciones de los paisanos oriundos por la visita
de artistas internacionales como, por ejemplo, la del Premio Nobel de 1994, a
quien nadie conoce.
El
primero y el segundo acto van a un ritmo imparable, el disparate es
desternillante: El auténtico Premio Nobel no ha podido venir, pero viene su
hermano, que es negro como él. Al parecer, los hermanos están acostumbrados a
que uno sustituya al otro por medio mundo y la corporación municipal no tiene
inconveniente en falsificar el acto. Pero el sustituto quiere una contrapartida
por su participación: le gustan las mujeres rubias y blancas, lo que resultará
una complicación.
A modo de metáfora dramática actúa
Saturnino. Se trata de un guardia civil retirado y ordenanza del Ayuntamiento,
hombre honrado, servicial, “un personaje en la estirpe de los que interpretaba
Pepe Isbert”, explicó más tarde Alonso de Santos, con evidentes referencias
calderonianas. Saturnino representa el pueblo, la cultura popular, y,
precisamente por eso, la corporación municipal no tiene ningún remilgo en
engañarle a él y a su mujer, humillarlos públicamente, y finalmente, servirlos
como víctimas de todo el tinglado.
Aparte
de los incesantes chanchullos que no paran de urdir políticos y periodistas,
hay también un gran lío de faldas en el que se mezclan mujeres de unos con
maridos de otras. Y aquí el autor ha sido muy pícaro al trasladar la erótica
del poder a las mujeres de los políticos más que a ellos mismos. Una pequeña
venganza que se permite.
La
lectura dramatizada es una herramienta fantástica para ganar adeptos al teatro.
Yo ya había leído esta pieza en una limitada edición de la editorial Simancas,
que la publicó dentro de su colección el Parnasillo de miniaturas editoriales.
Verla medio dramatizada por experimentados actores como Paco Vidal, Arturo
Querejeta o Natalia Hernández, me ofreció una idea muy aproximada de los
resortes cómicos de la pieza, y sobre todo, de sus efectos en el público.
Y,
además, está la ventaja de poder charlar luego con un tipo tan divertido como
Alonso de Santos, que no se corta en hablar de Artaud en estos términos: “Es un
gran poeta pero en absoluto un hombre de teatro, Artaud como dramaturgo es un
invento de colgados”. O esta otra perla: “¿Que quién es el Premio Nobel que
aparece en la obra? Wole Soyinka. ¿Alguien ha leído algo de él?”. Y esta
última: “Soy famoso porque me leen desde hace treinta años en los colegios. Y
también me va muy bien en las cárceles, allí soy el favorito. A veces me
preguntan de qué los conozco”.
Texto original de Liz Perales en El Cultural http://www.elcultural.es/blogs/stanislavblog/2014/05/el-falso-wole-soyinka/
El libro en la web de Ediciones Irreverentes http://www.edicionesirreverentes.com/teatro/semana_cultural.html